martes, 5 de mayo de 2015

Paul Davies: Capítulo 9 (final) del libro: La mente de Dios

                                               Paul Davies
(Físico inglés, *1946)
The Mind of God
The Scientifc Basis for a Rational World
La mente de Dios
Las bases científicas de un mundo racional
(Simon and Schuster, Nueva York, 1992)

Capítulo 9 (final) del libro
The Mystery at the End of the Universe
El misterio final del Universo

(Traducción: Saúl Botero-Restrepo)


                                             “Siempre me ha parecido curioso que, mientras la mayoría de los
                                            científicos declaran evitar la religión, esta realmente domina sus
                                            pensamientos más que en los clérigos”. 
                                                                                                                     Fred Hoyle


El propósito de este libro ha sido bosquejar la lógica de la racionalidad científica, tan lejos como esta puede ir en la búsqueda de las últimas respuestas al misterio de la existencia. La idea de que debe haber una explicación completa para todo, de tal modo que toda la existencia física y metafísica formen un sistema explicativo cerrado, es en verdad inquietante. ¿Pero qué confianza podemos tener en que el objetivo de esta búsqueda no es una quimera?

La torre de tortugas
En su famoso libro Historia del tiempo, Stephen Hawking comienza contando un cuento de una mujer que interrumpe una conferencia sobre el Universo para declarar lo que ella cree saber mejor. El mundo, dice ella, es en realidad una plataforma plana que descansa en la espalda de una tortuga gigante. Ante la pregunta del conferencista de sobre qué descansa la tortuga, ella respondió: “Hay más tortugas debajo”.
Este cuento refleja el problema esencial que encaran todos los que buscan las respuestas últimas al misterio de la existencia física. Quisiéramos explicar el mundo en términos de algo más fundamental, quizás un conjunto de causas, las que a su vez descansan sobre unas leyes o principios físicos, pero entones buscamos también una explicación para este nivel más fundamental, etc. ¿En dónde termina una cadena tal de razonamientos? Es difícil quedar satisfechos con un regreso infinito. ¡Ninguna torre de tortugas! –dice John Wheeler– Ninguna estructura, plan de organización, ni marco de ideas a los que subyace otro, ad infinitum, hasta la negrura sin fondo. (Information, Phisics, Quantum: The search for Links, in Complexity, Entropy and Phisics of Information, Ed. Wojciech H. Zurek, California, 1990, page 8.)
¿Cual es la alternativa? ¿Hay una supertortuga en la base de la torre, que se soporta a sí misma? Esta creencia tiene una historia. Hemos visto cómo el filósofo Spinoza afirmaba que el mundo no habría podido ser de otra manera, que Dios no había tenido alternativa. El Universo de Spinoza está soportado por la supertortuga de la pura necesidad lógica. Inclusive quienes creen en la contingencia del mundo apelan a menudo al mismo razonamiento, argumentando que el mundo se explica por Dios, y que Dios es lógicamente necesario. En el capítulo 7 revisé los problemas que acompañan a estas tentativas de explicar la contingencia en términos de necesidad. Los problemas no son menos graves para quienes quieren abolir a Dios y proponer una Teoría del Todo, que explique el Universo y que también sea únicamente sobre la base de la necesidad lógica.
Puede parecer que las alternativas solo son una infinita torre de tortugas o la existencia de una última supertortuga, cuya explicación reposa sobre sí misma. Pero hay una tercera posibilidad: un círculo cerrado. Hay un delicioso librito llamado Círculos viciosos e infinitud, que presenta una ilustración de un anillo de personas (más bien que tortugas), cada una sentada en las piernas de otra tras ella, y que soporta a otra. (Patrick Hughes and George Brecht: Vicious Circles and Infinity: An Anthology of Paradoxes, Doubleday, N.Y. 1990). Este anillo cerrado de mutuo soporte simboliza la concepción del Universo de John Wheeler: La Física da lugar a la participación del observador; esta participación da lugar a la información, la información da lugar a la Física. Esta más bien críptica afirmación está enraizada en la Física cuántica, en donde el observador y el mundo observado están estrechamente entrelazados: de ahí la participación del observador. La interpretación de Wheeler de la Mecánica cuántica es que solo mediante actos de observación la realidad física del mundo se hace real, y este mismo mundo físico genera los observadores, que son responsables de concretizar su existencia. Además, esta concretización se extiende inclusive a las mismas leyes de la Física, pues Wheeler rechaza por completo la noción de leyes eternas: Las leyes de la Física no pueden haber existido desde la eternidad. Deben haber llegado a ser en el Big Bang (Op. cit). Entonces, más bien que apelar a leyes trascendentes intemporales que lleven el Universo al ser, Wheeler prefiere la imagen de un circuito autoexcitado, por el que el Universo físico surge a la existencia con leyes y todo. El símbolo de Wheeler para este Universo participatorio de círculo cerrado se ve en esta figura.


Representación simbólica del Universo participatorio de John Wheeler.
La U grande es el Universo, y el ojo son los observadores que surgen
en ese estado del Universo y que miran hacia atrás, al origen.  

Aunque tales sistemas circulares puedan ser claros, quedan inevitablemente cortos ante una explicación completa de las cosas, pues aún se puede preguntar: “¿Por qué un círculo?, o inclusive: Después de todo, ¿por qué hay un círculo? Inclusive un círculo cerrado de tortugas mutuamente soportadas pide la pregunta: ¿Por qué tortugas?.
Los tres supuestos anteriores se basan en el supuesto de una racionalidad humana, en que es legítimo buscar “explicaciones” para las cosas, y de que solo entendemos verdaderamente algo cuando es “explicado”. Inclusive hay que admitir que nuestro concepto de explicación racional se deriva probablemente de nuestras observaciones del mundo y de nuestra herencia evolutiva. ¿Es claro que ello ofrezca una guía adecuada cuando estamos enredados con las preguntas últimas? ¿No podría ser el caso de que la causa de la existencia no tiene una explicación en el sentido usual? Esto no significa que el Universo sea absurdo o carente de significado, sino solamente que una comprensión de su existencia y propiedades cae fuera de las categorías usuales del pensamiento racional humano. Hemos visto cómo la aplicación del razonamiento humano, en el sentido más refinado y formalizado de las matemáticas, está no obstante llena de paradojas e incertidumbre. El teorema de Gödel nos advierte que el método axiomático de hacer deducciones de unos supuestos dados no puede en general ofrecer un sistema que probablemente sea a la vez completo y consistente. Siempre será verdad lo que hay más allá, que no puede alcanzarse con una colección finita de axiomas. La búsqueda de un esquema lógico cerrado que ofrezca una explicación completa y autoconsistente para todo está condenado al fracaso. Como el número cabalístico de Chaitlin [Gregory Chaitlin, constante de Chaitlin], tal cosa puede existir “ahí afuera”, en forma abstracta, es decir, que su existencia pudiera sernos conocida y pudiéramos conocer fragmentos de ella, pero no su forma total sobre la base del pensamiento racional.
Me parece que, mientras insistamos en identificar “comprensión” con “explicación racional”, en la forma familiar en la ciencia, terminaremos inevitablemente con un problema de tortugas: o un regreso infinito, o una misteriosa supertortuga autoexplicativa, o un anillo de tortugas inexplicado. Siempre habrá un misterio al fin del Universo. Puede ser, sin embargo, que haya otras formas de comprensión que satisfagan a la mente inquisitiva. ¿Podría tener sentido para nosotros un Universo sin un problema de tortugas? ¿Hay una vía para el conocimiento, inclusive para un “último conocimiento”, que caiga fuera del camino de la investigación científica y el razonamiento lógico? Muchos piensan que la hay. Se llama misticismo.

Conocimiento místico
La mayoría de los científicos tienen una profunda desconfianza por el misticismo. Y no es sorprendente, pues el pensamiento místico está situado al extremo opuesto del pensamiento racional, que es la base del método científico. Además el misticismo tiende a ser confundido con lo oculto, lo paranormal y otras creencias marginales. De hecho muchos de los más sutiles pensadores, incluyendo a notables científicos como Einstein, Pauli, Schrödinger, Heisenberg, Edington y Jeans, han apoyado el misticismo. Mi posición es que el método científico debería ser aplicado en todo lo que sea posible. El misticismo no es un sustituto para la investigación científica y el razonamiento lógico, en cuanto estos puedan ser aplicados en forma consistente. Es solo en el tratamiento de las preguntas últimas cuando la ciencia y la lógica pueden fallarnos. No digo que sea probable que la ciencia y la lógica ofrezcan respuestas erróneas, sino que estas pueden ser incapaces de señalar el “por qué”, opuesto al “cómo”, en el tipo de preguntas que queremos hacer.
La expresión “experiencia mística” es usada a menudo por las personas religiosas o por quienes practican la meditación. Estas experiencias, sin duda suficientemente reales para la persona que las tiene, son difíciles de transmitir con palabras. Los místicos hablan con frecuencia de un sobrecogedor sentido de ser uno con el Universo o con Dios, de entrever una visión holística de la realidad, de estar en la presencia influencia poderosa y amorosa. Y lo que es más importante, afirman que pueden captar la última realidad en una sola experiencia, en contraste con la larga y tortuosa secuencia deductiva (que se agota en el problema de las tortugas) del método de investigación lógico-científico. A veces la senda mística parece incluir más que un sentimiento interno de paz: Una tranquilidad, una gozosa calma que está más allá de la actividad de las mentes ocupadas, fue como un colega físico me la describió una vez. Einstein hablaba de un sentimiento cósmico religioso, que inspiraba sus reflexiones sobre el orden y la armonía de la naturaleza. Algunos científicos, notablemente los físicos Brian Josephson y David Bohm, creen que las vislumbres alcanzadas por las prácticas silenciosas de meditación pueden ser una guía útil en la formulación de teorías científicas.
En otros casos las experiencias místicas parecen ser más directas y reveladoras. Russell Stannard escribe sobre la impresión de hacer frente a una abrumadora fuerza de alguna clase, de una naturaleza que exige respeto y reverencia… Hay un sentido de urgencia en ello; el poder es volcánico, reprimido, listo para desencadenarse. (Grounds of Rasonable Belief, Scotish Academy Press, Edinburgh, 1969). El escritor científico David Peat describe un notable sentimiento de intensidad, que parece inundar todo el mundo a nuestro alrededor con un significado … Sentimos que tocamos algo universal y quizás eterno, de tal modo que ese  momento cobra un carácter numinoso y parece expandirse sin límites en el tiempo. Sentimos que todas las fronteras entre nosotros y el mundo exterior se desvanecen, pues lo que estamos experimentando está más allá de las todas categorías y tentativas de ser captado por el pensamiento lógico. (David Peat: The Philosofer’s Stone, Doubleday, Nueva York, l991).
El lenguaje usado para describir estas experiencias refleja habitualmente la cultura de la persona. Los místicos occidentales tienden a enfatizar la cualidad personal de la presencia, a menudo describen que están con alguien, usualmente Dios, que es diferente de ellos, pero con quien se siente un profundo vínculo. Hay, desde luego, una larga tradición de tales experiencias en la iglesia cristiana y en las demás religiones occidentales. Los místicos orientales hacen énfasis en la totalidad de la existencia y tienden a identificarse más de cerca con la presencia. El escritor Ken Wilber describe la experiencia mística oriental con un característico lenguaje críptico:
En el conocimiento místico, la Realidad es aprehendida directa e inmediatamente, un significado sin mediación alguna, sin elaboración simbólica, sin conceptualización o abstracciones; el sujeto y el objeto se vuelven uno en un acto intemporal e inespacial, que está más allá de todas las formas de meditación. Todos los místicos hablan de una contracción de la realidad que es “tal”, que “es”, que es “eso”, sin intermediarios, más allá de las palabras, símbolos, nombres, pensamientos e imágenes. (Ken Wilber: Quantum Questions, New Science Library, London, 1984).
La esencia de la experiencia mística, entonces, es una especie de atajo hacia la verdad, un contacto inmediato y directo con una realidad percibida como última. Según Rudy Rucker:
La enseñanza central del misticismo es esta: La realidad es una. La práctica del misticismo consiste en encontrar modos de experimentar directamente esta unidad. El Uno ha sido llamado en forma diversa el Bien, Dios, el Cosmos, la Mente, el Vacío, o quizás en forma neutra el Absoluto. Ninguna puerta del laberíntico castillo de la ciencia se abre directamente al Absoluto. Pero si uno entiende bien el laberinto, es posible saltar fuera del sistema y experimentar por sí mismo lo Absoluto … Pero, finalmente, el conocimiento místico se alcanza de una vez o no se alcanza. No hay una senda gradual…  (Rudy Rucker: Infinity and the Mind. Birkhauser, Boston. 1982, pp. 47 y 170)

En el capítulo 6 he descrito cómo algunos científicos y matemáticos afirman haber tenido intuiciones similares a tales experiencias místicas. Roger Penrose informa que Kurt Gödel también hablaba de la otra relación con la realidad, por la cual podía percibir directamente objetos matemáticos como la infinitud. Gödel mismo era capaz aparentemente de lograr esto mediante prácticas de meditación, tales como cerrar los demás sentidos reposando en un lugar silencioso. Para otros científicos, la experiencia reveladora sucede espontáneamente, en medio del ruido cotidiano. Fred Hoyle relata un incidente similar, que le sucedió  mientras iba conduciendo por el norte de Inglaterra: Como la revelación que tuvo Pablo en el camino de Damasco, la mía sucedió en la carretera de Bowes Moor. A finales de 1960, Hoyle y su colaborador Jayant Narlikar habían estado trabajando en una teoría cosmológica del electromagnetismo, que requería complicadas matemáticas. Un día, mientras luchaban con una complicada integral, Hoyle decidió ir de vacaciones desde Cambridge, para sumarse a algunos colegas en una caminata por las tierras altas de Escocia.
Mientras las millas pasaban, volví al problema de la mecánica cuántica … y en la brumosa carretera yo tenía siempre en mi cabeza el pensamiento en las matemáticas. Normalmente, tengo que escribir las cosas en el papel, y luego manipularlas con las ecuaciones e integrales lo mejor que puedo. Pero en algún lugar de Bowes Moor, mi comprensión de las matemáticas se hizo clara, ni poco ni mucho, sino como si una gran luz brillante se hubiera encendido de repente. ¿Cuánto me tomó estar completamente convencido de que el problema estaba resuelto? Menos de cinco segundos. Solo permaneció lo necesario para estar seguro, antes de que la claridad se desvaneciera, de que tenía lo suficiente de los pasos esenciales almacenado con seguridad en mi memoria. Da una idea de la certeza que sentía, que en los días siguientes no tuve problema para confiar todo al papel, y cuando como a lo diez días volví a Cambridge, me fue posible desarrollar las cosas por escrito sin dificultad. (Fred Hoyle: The Universe: Past ant Present Reflexions. University of Cardif report 70, 1981, p 43)
    Hoyle informa también sobre una conversación con Richard Feynman acerca de la revelación:
Unos años después, tuve una descripción gráfica de Dick Feynman de cómo se siente un momento de inspiración, y de cómo le sigue un enorme sentimiento de euforia, que dura dos o tres días. Le pregunté cuántas veces le había sucedido, a lo que Feynman respondió: ‘cuatro’, ante lo cual ambos estuvimos de acuerdo en que doce días de euforia no eran una gran recompensa por un trabajo de toda la vida. (Fred Hoyle: Op. cit)

He narrado aquí la experiencia de Hoyle, en lugar de hacerlo en el capítulo 6, porque él mismo la describe como un fenómeno verdaderamente religioso, opuesto a lo meramente platónico. Hoyle cree que la organización del cosmos está controlada por una “superinteligencia”, que guía la evolución a través de procesos cuánticos, una idea que mencioné en el capítulo 7. Además, el Dios de Hoyle es un Dios teleológico, similar el de Aristóteles o al de Theilhard de Chardin, que dirige en mundo hacia un estado final en el futuro infinito. Hoyle cree que al actuar a nivel cuántico esta superinteligencia puede implantar pensamientos o ideas sobre el futuro, ya listas, en el cerebro humano. Esto, sugiere él, es el origen de la inspiración tanto matemática como musical.

El infinito
En nuestra búsqueda sobre las preguntas últimas, es difícil no ser llevado, de una u otra manera, al infinito. Sea una torre infinita de tortugas, una infinidad de mundos paralelos, un conjunto infinito de proposiciones matemáticas o un Creador infinito, ciertamente la existencia física no puede estar enraizada en algo finito. En las religiones occidentales hay una larga tradición de identificar a Dios con lo Infinito, mientras que la filosofía oriental busca eliminar las diferencias en lo Uno y lo Múltiple, y de identificar el vacío con el Infinito.
Cuando los primeros pensadores cristianos declaraban que Dios es infinito, estaban interesados, en primer lugar, en demostrar que Él no está limitado en ninguna forma. El concepto matemático de infinitud era entonces aún muy vago. Se creía generalmente que la infinitud es un límite hacia el cual una enumeración puede avanzar, pero que es en realidad inalcanzable. Inclusive Tomás de Aquino, que admitía la naturaleza infinita de Dios, no estaba preparado para aceptar que la infinitud tenía más que una existencia potencial, como opuesta a la real. Sostenía que un Dios omnipotente no puede hace algo absolutamente ilimitado.
La creencia en que la infinitud era paradójica y autocontradictoria persistió hasta el siglo diecinueve. En ese entonces, el matemático Georg Cantor, mientras investigaba problemas de trigonometría, finalmente tuvo éxito en ofrecer una demostración lógica rigurosa de la autoconsistencia de lo realmente infinito. Cantor tuvo una difícil situación con sus colegas, y fue tenido por loco por algunos matemáticos eminentes. De hecho sufría una enfermedad mental. Pero finalmente las reglas para el manejo consistente de los números infinitos, aunque a menudo extraño y contraintuitivo, llegó a ser aceptado. Y efectivamente, mucha parte de las matemáticas del siglo veinte está basada en el concepto de infinito (o infinitesimal).
Si la infinitud puede ser entendida y manejada usando el pensamiento racional, ¿abre esta la vía a una comprensión de la explicación última de las cosas, sin necesidad de misticismo? No, no la abre. Para ver por qué, debemos echar una mirada más detenida al concepto de infinitud.
Una de las sorpresas de la obra de Cantor es que no hay una sola infinitud, sino una multiplicidad de ellas. Por ejemplo, el conjunto de integrales y el conjunto de las fracciones son ambos infinitos. Uno siente intuitivamente que hay más fracciones que enteros, pero no es así. Por otra parte, el conjunto de todos los decimales es más grande que el conjunto de todas las fracciones o el de todos los enteros. Puede preguntarse: ¿Existe la infinitud más grande? [la infinitud de infinitudes - NT]. Bien, ¿y qué tal combinar todos los conjuntos infinitos en un fabuloso conjunto infinito? A la clase de todos los conjuntos posibles se le ha dado en nombre de Absoluto de Cantor. Esta entidad no es ella misma un conjunto, pues si lo fuera, por definición se incluiría a sí misma. Pero los conjuntos autorreferentes caen directamente en la paradoja de Russell.
Y aquí encontramos una vez más los limites gödelianos del pensamiento racional, el misterio final del Universo. No podemos conocer por medios racionales el Absoluto de Cantor, ni ningún otro absoluto, pues cualquier absoluto es una unidad, y por lo tanto completo en sí mismo. Como observa Rucker en relación con el contenido mental, la clase de todos los conjuntos de ideas: Si el contenido mental es Uno, entonces es un miembro de sí mismo, y solo puede ser conocido mediante un destello de visión mística. Ningún pensamiento racional es miembro de sí mismo, entonces ningún pensamiento racional podría unir el contenido mental en uno solo. (Rudy Rucker: Infinity and the Mind. Birkhauser, Boston. 1982, pp. 47 y 170). 

                                                 ¿Qué  es el hombre?

                                            “No me siento extraño en este Universo”
                                                                                        Freeman Dyson                                            
¿Significa la franca admisión de desesperanza, discutida en la sección anterior, que el razonamiento metafísico no tiene valor? ¿Adoptaríamos el enfoque del ateo pragmático, que se conforma con tomar el Universo como dado y sigue adelante con el catálogo de sus propiedades? No hay duda de que muchos científicos se oponen temperamentalmente a cualquier forma de metafísica y dejan de lado los argumentos místicos. Se burlan de la noción de que puede haber un Dios, o inclusive un principio creador impersonal o fundamento del ser, que sostendría la realidad y haría sus aspectos contingentes menos enormemente arbitrarios. Personalmente, no comparto esta burla. Aunque muchas teorías metafísicas y teístas parezcan artificiales o infantiles, obviamente no son más absurdas que la creencia en que el Universo existe, y que existe en esa forma, irracionalmente. Al menos parece mejor tratar de construir una teoría metafísica que reduzca algunas de las arbitrariedades del mundo. Pero al cabo, una explicación racional del mundo en el sentido de un sistema cerrado y completo de verdades lógicas es casi con seguridad imposible. Estamos privados de un último conocimiento, de una explicación última, por las mismas reglas del razonamiento, que nos motivan a buscar tal explicación en primer lugar. Si queremos ir más allá, tenemos que adoptar un concepto de “comprensión” diferente al de explicación racional. Es posible que la senda mística sea una vía para tal comprensión. Nunca he tenido una experiencia mística, pero tengo una mentalidad abierta acerca del valor de tales experiencias. Puede ser que ellas ofrezcan la única vía más allá de los límites que nos ponen la ciencia y la filosofía, la única posible hacia lo Fundamental.
El tema central que he explorado en este libro es que a través de la ciencia los seres humanos podemos captar al menos algunos de los secretos de la naturaleza. ¿Hemos roto parte del código cósmico? Por qué debería ser así, cómo es que el homo sapiens tiene la chispa de la racionalidad que ofrece una clave para el Universo, es un profundo enigma. Nosotros, hijos del Universo, polvo de estrellas animado, podemos, no obstante, reflexionar sobre la naturaleza del mismo Universo, inclusive hasta vislumbrar las reglas con las que él funciona. Cómo hemos llegado a estar vinculados con esta dimensión cósmica, es un misterio. Pero el vínculo no puede ser negado.
¿Qué significa esto? ¿Qué es el hombre para que podamos tener tal privilegio? No puedo creer que nuestra existencia en este Universo sea un puro albur del destino, un accidente de la historia, un fortuito punto luminoso en el gran drama cósmico. Nuestra implicación es demasiado íntima. La especie física homo sapiens puede no contar para nada, pero la existencia de la mente en algunos organismos sobre un planeta del Universo es ciertamente un hecho de fundamental significado. A través de los seres conscientes el Universo ha producido autoconciencia. Este no puede ser un detalle trivial, un subproducto menor de fuerzas sin sentido y sin propósito. Verdaderamente estamos aquí.  

(Traducción: Saúl Botero-Restrepo – Abril de 2017)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por sus comentarios.