lunes, 10 de agosto de 2015

SINTOÍSTAS, BUDISTAS Y CRISTIANOS



                                        SINTOÍSTAS, BUDISTAS Y CRISTIANOS
             
                    Por la escritora japonesa Hisako Matsubara (*1935)

                                         De su libro Blick aus Mandelaugen

                                                 (Mirada de ojos de almendra)


                                      Traducción del alemán: Saúl Botero-Restrepo


Para los occidentales, el alfabeto es la lista de los caracteres de una lengua en un determinado orden. Con ellos se forman sílabas y con las sílabas, palabras. Esto es característico de los idiomas occidentales.

En japonés es completamente diferente: Las sílabas son las unidades más pequeñas de la lengua y la escritura. Cada sílaba consta de una vocal o de una vocal y una consonante. En el “alfabeto” japonés (si podemos usar esta palabra de origen griego) solo hay signos de sílabas, y son cuarenta y siete formas fundamentales.

Se las puede ordenar, como hacen los occidentales con su alfabeto, en un esquema convencional, sin un sentido o propósito fuera de la simple enumeración, pero hace aproximadamente mil años se hizo con ellos un peculiar poema. No sabemos la fecha exacta y su autor es desconocido. Todos los niños del Japón lo aprenden cuando aprenden a leer y escribir, lo cantan en coro y lo pintan sobre papel de arroz, desde hace mil años.

iro ha nihohe to
chirinuro wo
wakayo tare so
tsune naramu
uyi no okuyama
kehu koyete
asaki yumemishi
ehi mo sesu

Lo especial de este poemita es que consta de las cuarenta y siete sílabas del silabario, sin que ninguna se repita. Por lo general, los poemas nemotécnicos suelen ser muy sencillos. Este “alfabeto” japonés podría traducirse así:
el color es un soplo
florece se disipa
¿qué queda de este mundo?
más allá
hoy hago mi camino
a través de la espesura de una corta vida
me libero
de la saciedad de los sueños vacíos

[Nota del traductor:
La anterior es la traducción del texto alemán de la autora.
Esta es otra versión en español, extraída de: http://japones.info/gunkan/gunkan30/i2.htm
Aunque exhala perfume
el color se marchita y cae.
En nuestro mundo nadie es eterno.
El transitorio espeso bosque
hoy he atravesado,
(ya) no veré ligeros sueños
ni tampoco me embriagaré.]

Hasta tal punto ha sido este poemita parte integrante de la mentalidad japonesa, que apenas es considerado como un poema, al menos por quienes no se ocupan de poesía. Tuve que estar años fuera del Japón y tomar una gran distancia para reconocer estos versos como una creación importante de la poesía japonesa. En ellos está la esencia de la actitud budista japonesa ante la vida. Son a la vez un recurso nemotécnico y un manifiesto filosófico-religioso, fácil de retener como una canción popular.

El mensaje que contiene supera la capacidad de concepción de los niños, pero lo importante es su facilidad y utilidad. Parece que los monjes budistas, entre los cuales pudo estar el autor, lo utilizaron para la difusión de la creencia budista. Debía ser aprendido en forma mecánica por los niños y los acompañaría a lo largo de la vida. Si se tiene en cuenta esto, es comprensible que el poema del ABC haya influido durante siglos en el pensamiento japonés. En este sentido, el silabario es comparable con ciertas oraciones y cantos que aprenden los niños occidentales educados en la tradición cristiana. El contenido del ABC japonés no es tan obvio, ni tampoco es súplica, petición o amenaza subliminal. El hombre occidental practica un diálogo con su Dios. El hombre del lejano oriente practica un monólogo con su yo.

Que hay un Dios, que ha creado a la humanidad y al mundo, que ama a los hombres, que por ellos dejó morir a su único Hijo en una cruz, que lo resucitó y que con ello ha salvado a la humanidad de sus pecados, son cosas que el occidental aprende como niño creyente, y que de adulto puede poner en duda.

Que los hombres en su caducidad solo son parte de un todo incomprensiblemente grande, es algo que los orientales aprenden como niños sensibles y que de adultos puede iluminar su meta. Al principio del ABC japonés, está la palabra iro, que he traducido como color. Pero iro significa también belleza, sentimiento, anhelo, todo ello en el sentido de lo superficial, ya que el color es la propiedad que ofrece lo exterior. El color es un soplo, florece, se disipa… es la observación de la naturaleza, que finalmente todo se marchita: las flores, las hojas, los hombres…

Entonces viene la gran pregunta escéptica: ­¿Qué queda de este mundo? Esta pregunta parece solemne, y la única respuesta posible parece ser: nada. Pero la respuesta no se da, solo se ofrece un camino, un camino completamente personal y singular, como toda vida. Se insinúa que el hombre, cada uno, puede hacer ese camino. Pero cuando se lee el poema, no se sabe si lo siguiente significa: más allá, en adelante… o más allá, a través de… Con esta intención he traducido para que el sentido sea ambiguo. ¿Y cuál es la meta? Me libero de la saciedad de los sueños vacíos. ¿Es esta la meta? La decisión es de cada uno.

Inútilmente se buscará sentimentalismo en este poema. Se puede, si se quiere, encontrar pesimismo, y hasta el impulso al suicidio. Pero son solo caminos, posibles caminos, entre muchísimos otros, cuya variedad va desde la autodestrucción hasta la conciencia y el serio goce de esta corta vida. Hubo en el Japón, con anterioridad al budismo, una tradición de afirmación de la vida. Esta es la esencia de la antigua fe japonesa, el sintoísmo, sencilla en su fondo, un enfoque casi infantil de la vida: nacimiento, amor y muerte están entrelazados como la consecuencia natural de la vida humana en una naturaleza que consiste en nacimiento, amor y muerte.

En ese mundo de simple afirmación de la vida, surgió en el siglo VI el budismo. Para este, la transitoriedad de la vida y la nada del ser están en el centro de la doctrina. En Europa, habría sido una confrontación que habría significado guerra, lucha hasta la victoria de una y la derrota de la otra tendencia. Pero en el Japón, hasta la llegada de los cristianos, el conflicto sangriento por cuestiones de fe era desconocido. En lugar de aniquilarse entre ellos, el sintoísmo y el budismo llegaron a una simbiosis única en su clase, y el sintoísmo ganó en profundidad con su encuentro con el budismo. Del siglo VIII es este pequeño poema:

Todo lo viviente pasa,
vivir con sentido
este corto palmo de amor
es el sentido de la vida.

Esta simbiosis hizo posible un espíritu que aún vive hoy. Mi padre es sacerdote sintoísta. A los dieciocho años conocí a Emil Brunner (1), y como consecuencia de este encuentro, me hice cristiana. Cuando le comuniqué a mi padre mi decisión, dijo: Cada uno debe buscar su propio camino. Luego fue a su cuarto y escribió para mí un poema, que poco antes del II Concilio Vaticano, fue objeto de de una larga entrevista suya con el Papa Juan XXIII, y decía:

Muchos caminos conducen a la cima.
Sobre todos ellos expande su luz la Luna.
Por entre las ramas y las copas de los árboles
se ven de todas partes las mismas estrellas.

(1) Teólogo evangélico suizo (1889-1966), que combatió la teología liberal, para la cual Cristo no es Dios, sino simplemente un hombre.





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