sábado, 5 de marzo de 2016

Resurrección y reencarnación - Por John Hick

                        

                                           Resurrección y reencarnación
                                              Por John Hick (1922-2012)
                                      (Traducción del inglés: Saúl Botero-Restrepo)


Encuentro en extremo interesante lo que expone John Polkinghorne en la revista Reform de marzo, especialmente en lo que dice acerca de la resurrección. Él cree no solo en que Jesús resucitó en forma corporal, sino que nosotros también resucitaremos corporalmente. Afirma que en alguna forma el alma debe tener, en un elaborado y extraordinario sentido, acceso a la información referente a las estructuras del cuerpo, que desde luego, se disuelve en la muerte. Pero Dios lo recuerda, y lo recorporizará cuando resucite. Esta será la continuidad entre la vida de este mundo y la del mundo futuro. O como dice en otro lugar, el alma tiene una fórmula o código que expresa toda su naturaleza y estructura, y esta fórmula es recorporizada como un cuerpo de resurrección en un mundo de resurrección.


Esta es una idea fascinante. Va más allá de la creencia de los teólogos del proceso, de que después de la muerte, todos nosotros existiremos en la memoria divina, pues agrega que Dios usa tal memoria recorporizarnos, lo que está mucho más cerca de la creencia cristiana tradicional. Y no es muy diferente de la teoría de la “réplica”, que yo mismo he propuesto.


Me parece, sin embargo, que hay un problema. Algunas personas mueren en la infancia, otros en la temprana edad adulta, otros en la madurez y la mayoría en la vejez. Pero cualquiera que sea la edad, la información, código o fórmula, estos serán los de la persona en esas condiciones. Así una mujer de ochenta que muere de cáncer, resucitada sería la misma mujer que muere de cáncer a los ochenta. Y así todos. Pero no es esto lo que Polkinghorne quiere decir. ¿Entonces en nuestro estado de resurrección seremos curados de todas las enfermedades y convertidos súbitamente a una edad ideal, mayor o menor? Esto no tiene duda, pero complica la teoría, me parece, hasta el punto de que deja de ser atractiva o aceptable.


La antigua idea de que después de la muerte iremos al cielo o al infierno es aún menos aceptable, pues al final de esta vida, pocos, si los hay, serán lo suficientemente buenos como para ir al cielo o tan malos para ir al infierno. Casi todos necesitaremos desarrollarnos y cambiar, lo que significa tener que vivir más. Y ello deberá ser en un estado corporal, en el que interactuemos mutuamente, tomando decisiones morales y haciéndonos mejores (o peores). Esto parece requerir una vida finita, con los límites del nacimiento y la muerte, pues son estas fronteras las que dan a la vida seriedad y urgencia. A causa de esta finitud de la vida, debemos hacer lo que tenemos que hacer, pues no hemos de vivir para siempre.


Pero tampoco esa vida será suficiente para la mayoría de nosotros. Esto sugiere una serie de vidas finitas, cada una de las cuales comienza moral y espiritualmente en donde ha terminado la anterior. En otras palabras, una forma de reencarnación, de recorporización, o efectivamente una múltiple resurrección.


En este aspecto, es una sabia distinción la que hace el budismo entre el yo empírico, que es, por una parte, la superficie consciente del ego, y por otra, una realidad más profunda en nosotros, que llamamos alma. Ellos la conciben como una onda kármica continua, y en ella se expresa nuestra misma naturaleza fundamental. Actitudes como la tendencia a ser compasivo, generoso e indulgente, u hosco, codicioso y resentido, o estar abierto o cerrado al misterio divino, pueden expresarse en muchos yoes empíricos y en diversos contextos históricos y culturales. Estas vidas pueden ser vividas o encarnadas, digamos en un campesino palestino del siglo II a. de C., o en una abogada británica del siglo XX. En estas circunstancias extremadamente diferentes, la misma estructura básica disposicional puede dar como resultado vidas muy diferentes. Sin embargo, no debemos concebir el alma, nuestra naturaleza más básica, como fija e inmutable. Por el contrario, como el yo empírico, ella cambia en cierta medida al responder a las tareas y experiencias de la vida. Para nuestro actual propósito, la distinción principal es que mientras que nuestro yo empírico solo puede ser descrito en términos de un contexto histórico-cultural particular, nuestra naturaleza básica o alma puede ser descrita independientemente de las formas en las que sus rasgos básicos se expresan en circunstancias particulares.


¿En dónde tienen lugar estas reencarnaciones? No necesariamente siempre en este mundo, pues todos sabemos que puede haber muchos mundos, planetas de otras estrellas o en otras galaxias, en los cuales la vida es vivida en otras circunstancias. En la medida en que las personas interactúan mutuamente, tomando decisiones morales y respondiendo (consciente o inconscientemente) a la realidad divina universal, estas pueden servir como entornos para el crecimiento del alma.


Esto significa que tenemos que aceptar la mortalidad de nuestro yo empírico. Debemos pensar como si fuéramos corredores en una carrera de relevos: En este momento llevamos la antorcha, y tenemos la responsabilidad de hacer nuestro yo empírico profundo mejor o peor de lo que será el futuro yo empírico. En otras palabras, debemos estar preparados para morir, de tal manera que otro, corporizando el mismo yo profundo o alma, pueda vivir en el futuro. Esto requiere nada menos que superar nuestro natural estar centrados en nosotros. ¿Pero es esto compatible con la enseñanza cristiana ortodoxa? No, si esta es inmutable e incapaz de de desarrollo. Pero de hecho siempre se ha desarrollado, por ejemplo, con el cambio de forma de la doctrina de la expiación (1). Y la múltiple resurrección es un nuevo desarrollo. Esta acepta el principio de la resurrección corporal, pero lo extiende para permitir, en una forma realista, el posterior desarrollo moral y espiritual más allá de esta corta vida. Y también acepta el profundo principio cristiano de la entrega total a Dios y de la confianza solamente en Él.


(1) Posición desarrollada por algunos teólogos reformados, que no es la de todas las iglesias (NT)

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